quiero irme
ya no puedo estar aquí
la esperanza ya de nada sirve
nada sirve, ni la alegría momentanea, ni la sonrisas a las tres de la tarde, las lágrimas siempre vuelven, siempre, puta madre..
¿porqué? la pregunta es la misma, no lo era cuando...
martes, 5 de octubre de 2010
martes, 10 de agosto de 2010
¡Que se rían de nosotrxs!
Me agrada saber que mi cerebro es mas pequeño que el del hombre, porque así mi al menos cabe en todas partes.
Me agrada que me digan que carezco de lógica, porque entonces puedo crear una menos fría y más vital.
Me agrada que me digan que soy vanidosa, porque puedo mirarme al espejo sin sentir culpa.
Me agrada que me digan que soy emotiva, porque puedo llorar y reír a gusto.
Me agrada que me digan que soy histérica, porque entonces puedo lanzar los platos a la cabeza de quien intente hacerme daño.
Me gusta que me llamen bruja, porque así puedo cambiar la dirección de los vientos a mi favor.
Me gusta que me llamen demonio, porque puedo quemar el lecho donde me abusan.
Me gusta que me llamen puta, porque entonces puedo hacer el amor con quien me plazca.
Me gusta que me digan débil, porque me recuerdan que la unión hace la fuerza.
Me gusta que me digan chismosa, porque nada de lo humano me será ajeno.
Pero lo que más agradezco, lo que más me agrada, lo que más me gusta y lo que me hace más feliz, es que me digan loca, porque entonces ninguna libertad me será negada.
Una y mil veces me quemó la Inquisición y aprendí a nacer de las cenizas.
Me encerraron en un harén y encerrada no dejé de reír.
Me pusieron un cinturón de castidad y adquirí las artes de un cerrajero.
Cargué fardos de leña y me hice fuerte.
Me pusieron velos en la cara y aprendí a mirar con otros ojos.
Me despertaron los niños a medianoche y aprendí a mantenerme en vigilia.
No me enviaron a la escuela y aprendí a pensar por mi cuenta.
Transporté cántaros de agua y supe mantener el equilibrio.
Pasé días bordando y tejiendo y mis manos aprendieron a ser más exactas que las de un cirujano.
Segué trigo y coseché maíz, me quitaron la comida, pero aprendí a vivir con hambre.
Me sacrificaron a los dioses y a los hombres, pero aprendí a valorar un beso con amor.
Me golpearon y perdí los dientes, pero me volvieron a crecer y alcé la voz aún mas fuerte.
Me asesinaron y me ultrajaron, pero volví a nacer.
Me quitaron a mis hijos, pero procreé lágrimas de coraje.
Con tanta fortaleza acumulada, con tantas habilidades y destrezas aprendidas, mujer, si lo intentas...
Me agrada que me digan que carezco de lógica, porque entonces puedo crear una menos fría y más vital.
Me agrada que me digan que soy vanidosa, porque puedo mirarme al espejo sin sentir culpa.
Me agrada que me digan que soy emotiva, porque puedo llorar y reír a gusto.
Me agrada que me digan que soy histérica, porque entonces puedo lanzar los platos a la cabeza de quien intente hacerme daño.
Me gusta que me llamen bruja, porque así puedo cambiar la dirección de los vientos a mi favor.
Me gusta que me llamen demonio, porque puedo quemar el lecho donde me abusan.
Me gusta que me llamen puta, porque entonces puedo hacer el amor con quien me plazca.
Me gusta que me digan débil, porque me recuerdan que la unión hace la fuerza.
Me gusta que me digan chismosa, porque nada de lo humano me será ajeno.
Pero lo que más agradezco, lo que más me agrada, lo que más me gusta y lo que me hace más feliz, es que me digan loca, porque entonces ninguna libertad me será negada.
Una y mil veces me quemó la Inquisición y aprendí a nacer de las cenizas.
Me encerraron en un harén y encerrada no dejé de reír.
Me pusieron un cinturón de castidad y adquirí las artes de un cerrajero.
Cargué fardos de leña y me hice fuerte.
Me pusieron velos en la cara y aprendí a mirar con otros ojos.
Me despertaron los niños a medianoche y aprendí a mantenerme en vigilia.
No me enviaron a la escuela y aprendí a pensar por mi cuenta.
Transporté cántaros de agua y supe mantener el equilibrio.
Pasé días bordando y tejiendo y mis manos aprendieron a ser más exactas que las de un cirujano.
Segué trigo y coseché maíz, me quitaron la comida, pero aprendí a vivir con hambre.
Me sacrificaron a los dioses y a los hombres, pero aprendí a valorar un beso con amor.
Me golpearon y perdí los dientes, pero me volvieron a crecer y alcé la voz aún mas fuerte.
Me asesinaron y me ultrajaron, pero volví a nacer.
Me quitaron a mis hijos, pero procreé lágrimas de coraje.
Con tanta fortaleza acumulada, con tantas habilidades y destrezas aprendidas, mujer, si lo intentas...
¡Puedes volver el mundo al revés!
miércoles, 21 de julio de 2010
no lo tiene
"para que el poco sueño que aún nos queda
no se nos caiga.."
porque tengo ganas de verte sonreír
con todos los dientes
con todos los ojos
verte vomitar
todas las discusiones
todas las mentiras
y verdades a medias
que es lo mismo
que no quede ni un rastro
de lo que fuimos en ese tiempo
tapizarlo de un hoy, que en un segundo, y menos
se convierte en lejano
tirémonos por la ventana
y a la ventana tambien aventémosla
no pasará nada
no se nos caiga.."
porque tengo ganas de verte sonreír
con todos los dientes
con todos los ojos
verte vomitar
todas las discusiones
todas las mentiras
y verdades a medias
que es lo mismo
que no quede ni un rastro
de lo que fuimos en ese tiempo
tapizarlo de un hoy, que en un segundo, y menos
se convierte en lejano
tirémonos por la ventana
y a la ventana tambien aventémosla
no pasará nada
domingo, 4 de julio de 2010
El mejor día de mi vida.
Corre un buen tiempo cuando me descubro a tu lado. Cuando me encuentro contigo. Un “tigo” que no solo significa sentirse acompañado. Si no, también, apañado sin miedos.
El mejor de mis días es en el que despierto y aun recuerdo el sueño, y me emociono, y los deseo, y les temo.
Cuando los rayos del sol entran por la ventana del cuarto calentando las sabanas, la piel, los sentimientos. Y sonrío sin ningún motivo aparente. Y estiro mi cuerpo prolongadamente, como las patas de un gato. Tieso como cola de perro contento.
Cuando pedaleo, camino, vuelo a encontrarte. Cuando paseamos sobre cuatro pies. Para luego sentarnos en alguna plaza a mirar las nubes y hacer fotosíntesis, relatando historias que aun desconocíamos; tu de yo, y yo de ti.
Las muy pocas veces que llenamos las mochilas y salimos de la ciudad. Cuando compartimos con desconocidos que dejan de serlo.
Cuando hace calorcito y jugamos y nos tiramos de la cama.
Cuando las lluvias nos bañan algo más que la cara, y el viento nos cierra los ojos. Cuando caminamos de la mano contra ese viento que nos quiere llevar a quien sabe donde.
El mejor día es uno de esos en tu casa. De la música en el estéreo, de olernos la piel, del silencio mirando cómo el día le da paso a la luna, de tus pies entre mis pies. De levantarnos entrada la noche porque recordamos que de pura alegría no se vive. Y volar.
Noches cuando nos acostamos a ver películas y nuestros pies comienzan a charlar. Cuando te duelen los ojos y te digo que no te rasques.
El mejor día es cuando el clima es rico y compramos algo de tomar. Y mezclas limón con salsa inglesa y demás. Y después, cuando entre las fotografías apareciste tú… Tapándote la cara a dos manos como para que no te robe el alma, ni te roben la identidad.
Cuando sonríes, cuando te canto. Cuando gritamos y abrazamos nuestras espaldas. Cuando rayamos los cuadernos y me dejas recaditos en las libreta. Que veo mucho despues, y de nuevo ¡me has robado más sonrisas!
¡El mejor, el mejor, el mejor…! Es cuando nos dibujamos las espaldas, y nos escribimos en las manos, y bigotes en la cara… cuando ¡dejavú! "Esto ya lo viví"
Cuando nos quedamos mudos, y río, y tus ojos ríen, y tu ombligo también parece reír.
Cuando tus ojos se abren de más, relatándome minuciosamente como me sacarás un ojo, y te harás un taco y te lo comerás. Y ríes porque me da miedo.
Cuando te lamo, cuando me muerdes. Cuando te vas… y yo regreso, y me pegas los piojos, y me pegas las pulgas.
El mejor día en el mundo, es cuando escuchamos platicamos sobre los sentimientos, sobre los deseos, y el porqué te quiero, y siento que se me infla como una palomita de maíz gigante.
Cuando leo algo que me has escrito y puedo ver que todo vale la pena, que aunque no digas; sientes, y eso es lo mejor. Expandirse y unirse a otra explosión rodante. Somos elementos reactivos que buscan desesperadamente reaccionar. Somos ambos corazones. Nuestras ilusiones palpando nuestras reacciones.
El mejor día de mi vida, es cuando regresas después de dos semanas de ausencia, y en tus ojos volveré a ver el brillo que me permite sonreír. "¿Me extrañaste?"
“¿Y si no me hubieras encontrado? –Le preguntaba –No sé, ya vez que estás aquí…”
El mejor de mis días es en el que despierto y aun recuerdo el sueño, y me emociono, y los deseo, y les temo.
Cuando los rayos del sol entran por la ventana del cuarto calentando las sabanas, la piel, los sentimientos. Y sonrío sin ningún motivo aparente. Y estiro mi cuerpo prolongadamente, como las patas de un gato. Tieso como cola de perro contento.
Cuando pedaleo, camino, vuelo a encontrarte. Cuando paseamos sobre cuatro pies. Para luego sentarnos en alguna plaza a mirar las nubes y hacer fotosíntesis, relatando historias que aun desconocíamos; tu de yo, y yo de ti.
Las muy pocas veces que llenamos las mochilas y salimos de la ciudad. Cuando compartimos con desconocidos que dejan de serlo.
Cuando hace calorcito y jugamos y nos tiramos de la cama.
Cuando las lluvias nos bañan algo más que la cara, y el viento nos cierra los ojos. Cuando caminamos de la mano contra ese viento que nos quiere llevar a quien sabe donde.
El mejor día es uno de esos en tu casa. De la música en el estéreo, de olernos la piel, del silencio mirando cómo el día le da paso a la luna, de tus pies entre mis pies. De levantarnos entrada la noche porque recordamos que de pura alegría no se vive. Y volar.
Noches cuando nos acostamos a ver películas y nuestros pies comienzan a charlar. Cuando te duelen los ojos y te digo que no te rasques.
El mejor día es cuando el clima es rico y compramos algo de tomar. Y mezclas limón con salsa inglesa y demás. Y después, cuando entre las fotografías apareciste tú… Tapándote la cara a dos manos como para que no te robe el alma, ni te roben la identidad.
Cuando sonríes, cuando te canto. Cuando gritamos y abrazamos nuestras espaldas. Cuando rayamos los cuadernos y me dejas recaditos en las libreta. Que veo mucho despues, y de nuevo ¡me has robado más sonrisas!
¡El mejor, el mejor, el mejor…! Es cuando nos dibujamos las espaldas, y nos escribimos en las manos, y bigotes en la cara… cuando ¡dejavú! "Esto ya lo viví"
Cuando nos quedamos mudos, y río, y tus ojos ríen, y tu ombligo también parece reír.
Cuando tus ojos se abren de más, relatándome minuciosamente como me sacarás un ojo, y te harás un taco y te lo comerás. Y ríes porque me da miedo.
Cuando te lamo, cuando me muerdes. Cuando te vas… y yo regreso, y me pegas los piojos, y me pegas las pulgas.
El mejor día en el mundo, es cuando escuchamos platicamos sobre los sentimientos, sobre los deseos, y el porqué te quiero, y siento que se me infla como una palomita de maíz gigante.
Cuando leo algo que me has escrito y puedo ver que todo vale la pena, que aunque no digas; sientes, y eso es lo mejor. Expandirse y unirse a otra explosión rodante. Somos elementos reactivos que buscan desesperadamente reaccionar. Somos ambos corazones. Nuestras ilusiones palpando nuestras reacciones.
El mejor día de mi vida, es cuando regresas después de dos semanas de ausencia, y en tus ojos volveré a ver el brillo que me permite sonreír. "¿Me extrañaste?"
“¿Y si no me hubieras encontrado? –Le preguntaba –No sé, ya vez que estás aquí…”
miércoles, 26 de mayo de 2010
Seiscincuentaycuatro.
Es muy complicado revelar que aún me estremezco al verte cruzar la calle para llegar a la banqueta de mi casa, con tus brazos a un lado de tu cuerpo, tu cuerpo tan distante del mío… Acercándose. Y acercándose. Aunque quizá esto no sea una revelación. Sería una revelación si no intuyeras el pulso acelerado, la sangre corriendo más deprisa, correteadas. Lo sería, si no te dieras cuenta de mi mirada en tus labios, en tus ojos, orejas, cuello, manos. Si no observaras esa notable ansiedad por quitarte el cinturón. ¿Lo notas?... ¿No? Deagh, olvido que eres muy despistado.
Y, lo complicado de la no-revelación no es el acto en sí de estremecimiento. Es, más bien, caer en cuenta de que por más momentos, por más días, por más meses, años, segundos que paso observando y mordiendo y exprimiendo tus labios; el temblor de mis manos no desaparece cada que estás a punto de llegar.
No es nada nuevo lo que te expreso. Disculpa, y es que tú no tienes la culpa de tener textos míos inspirados en tu piel que siempre digan lo mismo. Maravilloso, lo eres.
Dijiste seis, y son seis cincuenta y cuatro. Que maña la mía de ver la hora. Yo que nunca quise tenerte atada a relojes y números, por el simple hecho de no corromper tu libertad. Y cada diez y ocho un numero más, y cada veintiuno también. Y el tal número a las tales números esto, y lo otro. Y te tardaste estos números, y quedamos que a las tantas horas en tales días. No me había dado cuenta de mis prisiones. Por eso digo que escribiendo se descubre. Y te, también.
Y, lo complicado de la no-revelación no es el acto en sí de estremecimiento. Es, más bien, caer en cuenta de que por más momentos, por más días, por más meses, años, segundos que paso observando y mordiendo y exprimiendo tus labios; el temblor de mis manos no desaparece cada que estás a punto de llegar.
No es nada nuevo lo que te expreso. Disculpa, y es que tú no tienes la culpa de tener textos míos inspirados en tu piel que siempre digan lo mismo. Maravilloso, lo eres.
Dijiste seis, y son seis cincuenta y cuatro. Que maña la mía de ver la hora. Yo que nunca quise tenerte atada a relojes y números, por el simple hecho de no corromper tu libertad. Y cada diez y ocho un numero más, y cada veintiuno también. Y el tal número a las tales números esto, y lo otro. Y te tardaste estos números, y quedamos que a las tantas horas en tales días. No me había dado cuenta de mis prisiones. Por eso digo que escribiendo se descubre. Y te, también.
martes, 25 de mayo de 2010
"¡Zanahodia!"

Quizá, tal vez, el peor momento del día cuando caigo en cuenta de que me haces falta; es cuando, al igual, caigo en cuenta una vez más, de que no tengo Amigos. Así, con mayúscula al principio. Y no tanto el querer-necesitar Amigos, con uno sólo me doy por bien servida.
Mira, no es tanto que no tenga a quién recurrir: nadie necesita recurrir a mí. Y eso, es lo más catastrófico, tomando en cuenta mis dramas naturales, y hereditarios. Ahora qué me importa sentarme a pensar a quién buscar para salir a platicar. Qué me importa que los conocidos prefieran disfrutar en su privacidad la semana para el fin salir con otras personas, excluyendome a mí.
Me deprime -sólo un poco- el que no haya una sola persona que me invite a salir hoy jueves. El que me jueguen mal. Me deprime no tener un amigo para invitarle una cerveza. Ya ni por eso... Y, tan fácil sería para mí buscar a aquél cuarteto de acosadores, pero no. Yo no quiero directas para que les de un beso. Yo quiero, tan sólo platicar. Escuchar. Existir de más de una forma. Y entonces, le marcaré a él para decirle que no quiero ir porque no tengo con quién.
¿De qué me sirve estar para las clases, para cuando no tienen nada que hacer, para los libros, los cigarros, la cama, si no estoy para cuando se me quiere ver y escuchar?
Termino siendo, una vez más, el apunte en la libreta de la psiquiatra, el número de lista de la maestra, el adorno que se lleva atrás en La Cuadra, el brazo y pie y oreja y labio y entrepierna de emergencia.
lunes, 24 de mayo de 2010
3:00 pm
Tres de la tarde. Mala hora para levantarse, expirando líquidos sudoríficos por todo mi rostro. El sol resplandece fuertemente a esas horas, y quisiera tapar con una madera la ventana. Pinche sueño.
La cama me obliga a quedarme unos minutos más, recreando el sueño que tuve. Aún lo recuerdo bien. Había un joven sentado sobre una banca afuera de una casa. No había puerta. Era como un callejón. Mi mamá me decía “ese chavo me da un poco de miedo, está muy misterioso”. Aquella persona que aparentaba unos 19 años de edad estaba recargado, más bien, en la banca que le llegaba a la mitad del trasero. Cabizbajo, mirada perdida. Se veía muy deprimido. Pensativo. Arrepentido, quizá. Entrabamos al cuarto y ella me decía de nuevo “Ojalá no pase nada. Recuerda que hoy es el Día de las Cabezas”. Ahora no sé si exista el Día de las Cabezas, pero recuerdo que cuando lo escuché dentro del sueño, me puse muy tensa, y nerviosa. Porque, según mis pensamientos, era algo así como Día de cortar cabezas. O disparar en las cabezas. De repente, sentí la presencia de alguien en la entrada sin puerta, y me incliné sobre las piernas de mi madre. Ella estaba sentada en una banca, sus pies quedaban colgando, yo parada y mi cabeza quedaba perfectamente cómoda sobre sus piernas. Recargué mi cabeza sobre sus piernas, con mucho miedo. Sabía que algo malo pasaría. Quería llorar, tenia mucho miedo. Mucho. Y ella me tapo los ojos con una mano extendida. Fui quitando la mirada de sus manos poco a poco para observar lentamente quién estaba en la entrada, y vi unos zapatos negros. Subí más la mirada, y vi unas piernas cubiertas con un pantalón oscuro, de mezclilla. Y al llegar a la mitad de la pierna, vi sus manos. Y en la izquierda tenía un arma. Era una pistola negra. En ningún momento vi su rostro, pero sentía muy fuerte, casi como si lo supiera, que estaba muy triste aquella persona. Al ver el arma, la mano empezó a levantarse y de repente me señalaba a mí. Cerré los ojos fuertemente, tenía mucho miedo. Escuché el disparo, y los presioné más. Abrí los ojos y me di cuenta que no me dolía nada, y sin verlo, supe que se había suicidado él. Murió de tristeza. Eso lo sé. Aún sin que me lo haya dicho. Lo sé.
Después, Eduardo regresaba de Chiapas, y él me decía que tenía que contarme algo que le había sucedido. Y yo sabía, de nuevo sin que me lo dijera, que a él le había sucedido lo mismo allá. O al menos, algo parecido. Que le había pasado exactamente lo mismo. Pero yo sentía mucha necesidad de contarle como me sucedió a mí. Y no dejaba que me dijera nada, lo interrumpía diciéndole “¡Lalo, te tengo que contar cómo paso!” “¡Lalo, es que no lo vas a creer! A él yo lo notaba muy serio, reflexivo. Presentía que aquél suceso le había cambiado todo. Hasta puedo decir, que sentía la misma tristeza de aquél que se suicidó, en él. En Eduardo. Y, ahora recuerdo, que él estaba triste, y un poco enojado porque no le marqué en toda la semana que estuvo en Chiapas. Y yo trataba de explicarle, diciéndole lo que pasaba. No sé porqué. Pero la razón era lo que había pasado y, algo mas. Veía fantasmas. Claro, ahora pienso, ¿eso que tiene que ver para no marcarle? Pero en verdad había sido por eso en mi sueño. Veía apariciones de personas, pero yo sabía que ya estaban muertas. Y me hacían gestos, o me saludaban con ojos de psicópata. Trataban de asustarme. Recuerdo que en una ocasión, mientras él no me hacía caso debido al enojo porque no le marqué, yo lo agarraba de la cara, porque no me quería ver, y le decía “es que en verdad, lalo, estoy viendo fantasmas, y ese chavo me iba a disparar, y se suicido..” Yo estaba muy alterada, pero pareciera que lalo no quería escucharme. No me creía. Y en eso volteé a una puerta cercana, y vi que alguien se escondía detrás. Sabía que era un muerto. Y esperé a que se asomara y solo asomó su cara, y sonreía y me miraba con los ojos muy abiertos, me saludaba. Burlonamente. Sabía que me espantaba. Y además, se burlaba porque Eduardo no me creía. Recuerdo que me le quedaba viendo para reconocer su rostro, pero no lo conocía. Y yo le decía a Eduardo “¡Lalo, velo! Ahí hay un fantasma saludándome, burlándose” y Eduardo lo veía, pero aún así no me creía.
Después, desperté. Mi mamá estaba furiosa por la hora, y yo dormida.
No olvido el rostro de aquella persona joven que se suicidó. Estaba tan triste. Tan solo. Y ahora pienso en que, si no me hubiera dado miedo al verlo tan misterioso ahí cabizbajo, con la mirada perdida; yo pude haber evitado todo. Pude haberlo evitado.
La cama me obliga a quedarme unos minutos más, recreando el sueño que tuve. Aún lo recuerdo bien. Había un joven sentado sobre una banca afuera de una casa. No había puerta. Era como un callejón. Mi mamá me decía “ese chavo me da un poco de miedo, está muy misterioso”. Aquella persona que aparentaba unos 19 años de edad estaba recargado, más bien, en la banca que le llegaba a la mitad del trasero. Cabizbajo, mirada perdida. Se veía muy deprimido. Pensativo. Arrepentido, quizá. Entrabamos al cuarto y ella me decía de nuevo “Ojalá no pase nada. Recuerda que hoy es el Día de las Cabezas”. Ahora no sé si exista el Día de las Cabezas, pero recuerdo que cuando lo escuché dentro del sueño, me puse muy tensa, y nerviosa. Porque, según mis pensamientos, era algo así como Día de cortar cabezas. O disparar en las cabezas. De repente, sentí la presencia de alguien en la entrada sin puerta, y me incliné sobre las piernas de mi madre. Ella estaba sentada en una banca, sus pies quedaban colgando, yo parada y mi cabeza quedaba perfectamente cómoda sobre sus piernas. Recargué mi cabeza sobre sus piernas, con mucho miedo. Sabía que algo malo pasaría. Quería llorar, tenia mucho miedo. Mucho. Y ella me tapo los ojos con una mano extendida. Fui quitando la mirada de sus manos poco a poco para observar lentamente quién estaba en la entrada, y vi unos zapatos negros. Subí más la mirada, y vi unas piernas cubiertas con un pantalón oscuro, de mezclilla. Y al llegar a la mitad de la pierna, vi sus manos. Y en la izquierda tenía un arma. Era una pistola negra. En ningún momento vi su rostro, pero sentía muy fuerte, casi como si lo supiera, que estaba muy triste aquella persona. Al ver el arma, la mano empezó a levantarse y de repente me señalaba a mí. Cerré los ojos fuertemente, tenía mucho miedo. Escuché el disparo, y los presioné más. Abrí los ojos y me di cuenta que no me dolía nada, y sin verlo, supe que se había suicidado él. Murió de tristeza. Eso lo sé. Aún sin que me lo haya dicho. Lo sé.
Después, Eduardo regresaba de Chiapas, y él me decía que tenía que contarme algo que le había sucedido. Y yo sabía, de nuevo sin que me lo dijera, que a él le había sucedido lo mismo allá. O al menos, algo parecido. Que le había pasado exactamente lo mismo. Pero yo sentía mucha necesidad de contarle como me sucedió a mí. Y no dejaba que me dijera nada, lo interrumpía diciéndole “¡Lalo, te tengo que contar cómo paso!” “¡Lalo, es que no lo vas a creer! A él yo lo notaba muy serio, reflexivo. Presentía que aquél suceso le había cambiado todo. Hasta puedo decir, que sentía la misma tristeza de aquél que se suicidó, en él. En Eduardo. Y, ahora recuerdo, que él estaba triste, y un poco enojado porque no le marqué en toda la semana que estuvo en Chiapas. Y yo trataba de explicarle, diciéndole lo que pasaba. No sé porqué. Pero la razón era lo que había pasado y, algo mas. Veía fantasmas. Claro, ahora pienso, ¿eso que tiene que ver para no marcarle? Pero en verdad había sido por eso en mi sueño. Veía apariciones de personas, pero yo sabía que ya estaban muertas. Y me hacían gestos, o me saludaban con ojos de psicópata. Trataban de asustarme. Recuerdo que en una ocasión, mientras él no me hacía caso debido al enojo porque no le marqué, yo lo agarraba de la cara, porque no me quería ver, y le decía “es que en verdad, lalo, estoy viendo fantasmas, y ese chavo me iba a disparar, y se suicido..” Yo estaba muy alterada, pero pareciera que lalo no quería escucharme. No me creía. Y en eso volteé a una puerta cercana, y vi que alguien se escondía detrás. Sabía que era un muerto. Y esperé a que se asomara y solo asomó su cara, y sonreía y me miraba con los ojos muy abiertos, me saludaba. Burlonamente. Sabía que me espantaba. Y además, se burlaba porque Eduardo no me creía. Recuerdo que me le quedaba viendo para reconocer su rostro, pero no lo conocía. Y yo le decía a Eduardo “¡Lalo, velo! Ahí hay un fantasma saludándome, burlándose” y Eduardo lo veía, pero aún así no me creía.
Después, desperté. Mi mamá estaba furiosa por la hora, y yo dormida.
No olvido el rostro de aquella persona joven que se suicidó. Estaba tan triste. Tan solo. Y ahora pienso en que, si no me hubiera dado miedo al verlo tan misterioso ahí cabizbajo, con la mirada perdida; yo pude haber evitado todo. Pude haberlo evitado.
lunes, 12 de abril de 2010
Máquina
Necesito indiferencia. Me ha faltado desde siempre. Incluso desde antes de nacer y abrir éste par de ojos ante éste mundo complejo, deteriorado, viejo y autoritario. Incluso desde antes de que mi madre me creara entre sus pensamientos –aunque nunca haya sido así-.
Indiferencia existente en millones de personas desde tiempos remotos y lejanos. Indiferencia que poco a poco va consumiendo a cada habitante de este planeta Tierra, sumergiéndolos en el conformismo y la rutina, la agobiante cotidianidad en la que se van hundiendo día con día.
Nacer, crecer, reproducirse y morir. Los pasos que tiene que seguir cada ser vivo que viene a caer causalmente en éste pedazo de espacio y tiempo. Más, nunca se ha dicho que se tiene que nacer obligatoriamente. Crecer estúpidamente y tan sólo abarcando lo objetivo, reproducirse a lo pendejo, y morir arrodillado. Nunca se ha dicho, sin embargo miles de personas viven su vida así –si es que a eso se le puede llamar “vivir”-. Yo no poseo el recetario mágico para que la vida valga la pena. Ni lo quiero tener. Sin embargo, muchos creen tenerlo y te llenan la cabeza de idioteces y mandatos de cómo vivir tu vida. Haciéndote creer que hay un solo ser supremo al cual debes de seguir sin protestar ni preguntar el porqué arrodillarte ante una imagen con la cara de un señor que se parece a Don Martín el de la tienda. Sin preguntar porqué los seguidores de ese barbudo rechazan y juzgan a los homosexuales, cuando en la biblia dice que alguna vez el dijo “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Siempre sin poder preguntar.
Cada vez mas gente sumergida entre los cabellos del conejo que sale del sombrero del mago.
Si ellos lo hacen. Si ellos no preguntan, si ellos no protestan, ni se preguntan porqué salen del sombrero, ¿Porqué yo no puedo hacerlo? ¡Quisiera poder hacerlo! Quisiera unirme a esa masa de gente apendejada por la televisión, quisiera platicar con ellos de porqué Cuauhtémoc Blanco se separó. Quisiera poder ir a arrodillarme y rezar junto con ellos sin preguntarme porqué lo hago. Sin pensar que ese señor en el atrio es mas pecador que yo. Quisiera hacerlo.
Hoy en la mañana, mientras buscaba unos cerillos para prender el fogón de la estufa y calentar agua para café, observé que mi mamá veía atentamente la televisión, eran las 8:30 am, por lo tanto estaba ese noticiero matutino con sus conductores retrógradas y un tanto idiotizados, y me llamo la atención particularmente un anuncio en el que decían “¡Señora ama de casa! ¡Usted que está detrás de la pantalla! ¡Sí, Sí, usted, ama de casa bonita y dadivosa! Si usted, señora bonita, está cansada de ir rumbo al supermercado a comprar su despensa y que los vagos indigentes le pidan una moneda para su taco, y usted irremediablemente se pone a llorar porque ellos no conocen nada de la vida, no tienen maquillaje para cubrir sus arrugas y verrugas, y demás, no tienen ese abrigo que usted compró en Liverpool para quitarse el frío, y a usted se le quiebra el corazón! Señora, damita, bonita, ya no se tiene porqué preocupar… Hemos creado, especialmente para usted, una maquina… Si, damita hermosa, una maquina lujosa para que usted, señorita dadivosa, deje de sentir tanta lástima por los vagos drogadictos. Si usted está dispuesta a dejar de lado todos esos sentimientos rompecorazones, llame al numero 5557493 y le llevaremos hasta la puerta de su casa la maquina de la indiferencia. Por un costo tan solo de 1999 pesos. Pero si usted llama en éste momento, se lo entregaremos por tan solo 1990. ¡No pierda la oportunidad de cambiar su vida! ¡Llame YA!...”
Me quede perpleja, anonadada, al ver tal anuncio en la televisión, si no es por el vapor que caía del techo de la cocina anunciando que el agua ya estaba hirviendo, me hubiera quedado viendo la pantalla de la tele vieja como estúpida por más tiempo. Tomé una taza, agarré cuidadosamente el pocillo con agua caliente y la vacié sobre la taza. Una de café. Dos de azúcar. Me disponía a prender un cigarrillo cuando, como un balde de agua fría, me cayó a la cabeza la idea de marcar al 5557493, “¡ha!, invento de hombre blanco” pensaba para mis adentros “ya no saben ni que inventar”. 5557493. Aquellos números retumbaban en mi cabeza. 5557493. Pensé que no perdía nada al marcar a ese número. Tampoco perdía nada si pedía uno de esos artefactos y observarlo durante largo rato. Bueno, tampoco perdía nada si lo probaba. A fin de cuentas, si servía; mejor para mí. Y si no, podría utilizar cada pieza de la máquina para hacer joyería. ¡Faltaba más!... ¡Puta! El dinero… Recordé que debajo de la cama tenía tres mil pesos que me acababan de mandar para comprar pintura y fabricar una manta gigante que diga “Si me van a excomulgar que me regresen el importe de mi primera comunión..." Pero bueno, si la maquina funcionaba como decía en el anuncio, ya no me tenía que preocupar por defender mis derechos y el de mis compañeras del colectivo.
Todo parecía estar a mi favor. “¡Son señales Divinas!” me gritaba mi madre desde el baño.
Suena el timbre. Desde la ventana veo a un tipo esperando en la puerta con un par de hojas en la mano y una caja detrás de él. “Un paquete para usted. Fírmeme aquí nomás. Ah, y aquí también, una más por acá y detrás de está hoja, ahí abajito “señito” regáleme otro autógrafo” “hehehe” Que pinche graciosito…
Ahí está. Frente a mí. Siento que me observa. Los ojos de la indiferencia. Está ahí paradita en la sala esperando que la use para cegarme los ojos y hundirme poco a poco dentro de los pelos del conejo blanco.
-minutos más tarde-
No se que ha pasado. Recuerdo jalé una palanca de metal, presioné tres o cuatro botones, y de pronto, para mi sorpresa, de los lados del artefacto salieron dos manos de cobre y me colocaron una venda en los ojos y me empezaron a hablar de gente que sale en la televisión y me dieron los resúmenes de las novelas de TV azteca y de televisa. No recuerdo más.
Ahora estoy aquí, sentada frente a la caja idiotizadora –comúnmente llamada Televisión- esperando que den las 6 para ver a Paty Chapoy. Escuché algo así de que Cabañas ya despertó y no ha declarado aún. No me lo puedo perder. No me lo puedo perder…
Indiferencia existente en millones de personas desde tiempos remotos y lejanos. Indiferencia que poco a poco va consumiendo a cada habitante de este planeta Tierra, sumergiéndolos en el conformismo y la rutina, la agobiante cotidianidad en la que se van hundiendo día con día.
Nacer, crecer, reproducirse y morir. Los pasos que tiene que seguir cada ser vivo que viene a caer causalmente en éste pedazo de espacio y tiempo. Más, nunca se ha dicho que se tiene que nacer obligatoriamente. Crecer estúpidamente y tan sólo abarcando lo objetivo, reproducirse a lo pendejo, y morir arrodillado. Nunca se ha dicho, sin embargo miles de personas viven su vida así –si es que a eso se le puede llamar “vivir”-. Yo no poseo el recetario mágico para que la vida valga la pena. Ni lo quiero tener. Sin embargo, muchos creen tenerlo y te llenan la cabeza de idioteces y mandatos de cómo vivir tu vida. Haciéndote creer que hay un solo ser supremo al cual debes de seguir sin protestar ni preguntar el porqué arrodillarte ante una imagen con la cara de un señor que se parece a Don Martín el de la tienda. Sin preguntar porqué los seguidores de ese barbudo rechazan y juzgan a los homosexuales, cuando en la biblia dice que alguna vez el dijo “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Siempre sin poder preguntar.
Cada vez mas gente sumergida entre los cabellos del conejo que sale del sombrero del mago.
Si ellos lo hacen. Si ellos no preguntan, si ellos no protestan, ni se preguntan porqué salen del sombrero, ¿Porqué yo no puedo hacerlo? ¡Quisiera poder hacerlo! Quisiera unirme a esa masa de gente apendejada por la televisión, quisiera platicar con ellos de porqué Cuauhtémoc Blanco se separó. Quisiera poder ir a arrodillarme y rezar junto con ellos sin preguntarme porqué lo hago. Sin pensar que ese señor en el atrio es mas pecador que yo. Quisiera hacerlo.
Hoy en la mañana, mientras buscaba unos cerillos para prender el fogón de la estufa y calentar agua para café, observé que mi mamá veía atentamente la televisión, eran las 8:30 am, por lo tanto estaba ese noticiero matutino con sus conductores retrógradas y un tanto idiotizados, y me llamo la atención particularmente un anuncio en el que decían “¡Señora ama de casa! ¡Usted que está detrás de la pantalla! ¡Sí, Sí, usted, ama de casa bonita y dadivosa! Si usted, señora bonita, está cansada de ir rumbo al supermercado a comprar su despensa y que los vagos indigentes le pidan una moneda para su taco, y usted irremediablemente se pone a llorar porque ellos no conocen nada de la vida, no tienen maquillaje para cubrir sus arrugas y verrugas, y demás, no tienen ese abrigo que usted compró en Liverpool para quitarse el frío, y a usted se le quiebra el corazón! Señora, damita, bonita, ya no se tiene porqué preocupar… Hemos creado, especialmente para usted, una maquina… Si, damita hermosa, una maquina lujosa para que usted, señorita dadivosa, deje de sentir tanta lástima por los vagos drogadictos. Si usted está dispuesta a dejar de lado todos esos sentimientos rompecorazones, llame al numero 5557493 y le llevaremos hasta la puerta de su casa la maquina de la indiferencia. Por un costo tan solo de 1999 pesos. Pero si usted llama en éste momento, se lo entregaremos por tan solo 1990. ¡No pierda la oportunidad de cambiar su vida! ¡Llame YA!...”
Me quede perpleja, anonadada, al ver tal anuncio en la televisión, si no es por el vapor que caía del techo de la cocina anunciando que el agua ya estaba hirviendo, me hubiera quedado viendo la pantalla de la tele vieja como estúpida por más tiempo. Tomé una taza, agarré cuidadosamente el pocillo con agua caliente y la vacié sobre la taza. Una de café. Dos de azúcar. Me disponía a prender un cigarrillo cuando, como un balde de agua fría, me cayó a la cabeza la idea de marcar al 5557493, “¡ha!, invento de hombre blanco” pensaba para mis adentros “ya no saben ni que inventar”. 5557493. Aquellos números retumbaban en mi cabeza. 5557493. Pensé que no perdía nada al marcar a ese número. Tampoco perdía nada si pedía uno de esos artefactos y observarlo durante largo rato. Bueno, tampoco perdía nada si lo probaba. A fin de cuentas, si servía; mejor para mí. Y si no, podría utilizar cada pieza de la máquina para hacer joyería. ¡Faltaba más!... ¡Puta! El dinero… Recordé que debajo de la cama tenía tres mil pesos que me acababan de mandar para comprar pintura y fabricar una manta gigante que diga “Si me van a excomulgar que me regresen el importe de mi primera comunión..." Pero bueno, si la maquina funcionaba como decía en el anuncio, ya no me tenía que preocupar por defender mis derechos y el de mis compañeras del colectivo.
Todo parecía estar a mi favor. “¡Son señales Divinas!” me gritaba mi madre desde el baño.
Suena el timbre. Desde la ventana veo a un tipo esperando en la puerta con un par de hojas en la mano y una caja detrás de él. “Un paquete para usted. Fírmeme aquí nomás. Ah, y aquí también, una más por acá y detrás de está hoja, ahí abajito “señito” regáleme otro autógrafo” “hehehe” Que pinche graciosito…
Ahí está. Frente a mí. Siento que me observa. Los ojos de la indiferencia. Está ahí paradita en la sala esperando que la use para cegarme los ojos y hundirme poco a poco dentro de los pelos del conejo blanco.
-minutos más tarde-
No se que ha pasado. Recuerdo jalé una palanca de metal, presioné tres o cuatro botones, y de pronto, para mi sorpresa, de los lados del artefacto salieron dos manos de cobre y me colocaron una venda en los ojos y me empezaron a hablar de gente que sale en la televisión y me dieron los resúmenes de las novelas de TV azteca y de televisa. No recuerdo más.
Ahora estoy aquí, sentada frente a la caja idiotizadora –comúnmente llamada Televisión- esperando que den las 6 para ver a Paty Chapoy. Escuché algo así de que Cabañas ya despertó y no ha declarado aún. No me lo puedo perder. No me lo puedo perder…
domingo, 11 de abril de 2010
Rozaba.
Dibujo: Daniel Alfonso Romero Pulido, mejor conocido por la banda como el Zooooooom.
Monólogo de un maniático.
La taza se iba a caer. Rozaba. Calor, con calor. Recurría continuamente a aquél cabaret. Me causaba una sensación placentera observar el modo en que acomodaban las mesas, dando justo a un metro del escenario. Ni tan lejos como para perder de vista algún detalle, ni tan cerca como para percibir el olor a tabaco y alcohol que emanaba del cuerpo de las bailarinas. Ella siempre repitiendo el mismo ritual, mi Elenita adorada, como si conociera mis manías. !No sé en qué momento se te ocurrió variar!. Te veías radiante con la sencillez del tubo metálico. Así, lo normal. Lo esperado. Hasta que llegué y ví aquél vapor, aquella taza de café. Comprendo que lo hiciste para variar, sorprender, innovar. Yo te amaba, Elenita. No necesitaba de una taza. Bailabas alrededor de ella. ¡Con tu calor era suficiente, Elenita! ¡Yo no necesitaba de tu estúpida taza! Tambaleaba algunas veces. Rozaba con tu espalda. Con tus rizos. Y yo no soportaba aquél tambaleo del café. Entiendeme, Elenita. Se iba a caer. Iba a caer. ¡Rozaba, Elenita, rozaba! Cada dia era lo mismo. La taza, el vapor, tú, tu cabello. Entiendeme. Tambaleaba con cada roce. Y yo sentía que que mi cabeza estallaría en cualquier momento. Observaba, fueron tres noches, observaba cada movimiento tuyo mientras el ritual fascinaba a los expectadores. Y adivinaba el momento en que tu piel rozaría con la cerámica y sentía que un terremoto zucumbía mis entrañas. Exploté. Exploté como la bala lo hizo en tu pecho. Aquél que en sueños aparece perturbando mi estancia entre éstas cuatro paredes grises. Ya no tambalea, Elenita. No roza. No tambalea.
Monólogo de un maniático.
La taza se iba a caer. Rozaba. Calor, con calor. Recurría continuamente a aquél cabaret. Me causaba una sensación placentera observar el modo en que acomodaban las mesas, dando justo a un metro del escenario. Ni tan lejos como para perder de vista algún detalle, ni tan cerca como para percibir el olor a tabaco y alcohol que emanaba del cuerpo de las bailarinas. Ella siempre repitiendo el mismo ritual, mi Elenita adorada, como si conociera mis manías. !No sé en qué momento se te ocurrió variar!. Te veías radiante con la sencillez del tubo metálico. Así, lo normal. Lo esperado. Hasta que llegué y ví aquél vapor, aquella taza de café. Comprendo que lo hiciste para variar, sorprender, innovar. Yo te amaba, Elenita. No necesitaba de una taza. Bailabas alrededor de ella. ¡Con tu calor era suficiente, Elenita! ¡Yo no necesitaba de tu estúpida taza! Tambaleaba algunas veces. Rozaba con tu espalda. Con tus rizos. Y yo no soportaba aquél tambaleo del café. Entiendeme, Elenita. Se iba a caer. Iba a caer. ¡Rozaba, Elenita, rozaba! Cada dia era lo mismo. La taza, el vapor, tú, tu cabello. Entiendeme. Tambaleaba con cada roce. Y yo sentía que que mi cabeza estallaría en cualquier momento. Observaba, fueron tres noches, observaba cada movimiento tuyo mientras el ritual fascinaba a los expectadores. Y adivinaba el momento en que tu piel rozaría con la cerámica y sentía que un terremoto zucumbía mis entrañas. Exploté. Exploté como la bala lo hizo en tu pecho. Aquél que en sueños aparece perturbando mi estancia entre éstas cuatro paredes grises. Ya no tambalea, Elenita. No roza. No tambalea.
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